¿Y si el Congreso fuera una empresa?

Del fracaso se aprende, aunque sea a costa de sangre, sudor y lágrimas. Lo sabe bien la mayoría de emprendedores y empresarios, a los que el fracaso supone por lo general también pérdida de recursos.

La XI legislatura del Parlamento español es ya la historia de un fracaso, y la XII podría serlo en breve. La historia de un fracaso de 350 diputados a los que no parece, sin embargo, que pueda serles aplicable ninguna de las citas o axiomas con los que emprendedores y empresarios conviven… para hacer menor su pena o para animarse y volverse a levantar.

Dice mi amiga Sofía que seguramente Sus Señorías tomarían más interés en el ‘asunto’ si su sueldo dependiera de su productividad… Bueno, no dice eso: en realidad, ella defiende que no cobren mientras no cubran objetivos. Mientras no rematen el ‘asunto’. Obviamente, el ‘asunto’, esa primera obligación para comenzar la legislatura (y ponerse a legislar), es posibilitar la formación del ejecutivo. Así de sencillo.

Podrían constituirse en cónclave y, como antaño para la elección de papa, encerrarse Sus 350 Señorías, sin más alimento que pan y agua,  (y un orinal) y no salir hasta resolver el ‘asunto’. Esta idea ya la he oído alguna vez pero parece que no cuaja. Sofía insiste en lo de, “si no trabajan, que no cobren, como nos pasa a los autónomos”.

No sé si Sus Señorías habrán trabajado mucho en los últimos meses. La web del Congreso de los Diputados  no recoge más que una (¡una!) iniciativa legislativa tramitada por Sus Señorías este año (Real Decreto-ley 1/2016, de 15 de abril).

¡Hombre! Una cosa es la diarrea legislativa a la que nos tienen acostumbrados y que suele complicarnos bastante la vida, por (a mí me parece) mero afán estadístico, ¡pero esto…!

Así que no puedo rebatir los argumentos de Sofía y se me ocurre pensar en qué pasaría si el Parlamente fuera una empresa que tuviera que rendir cuentas a su propietario, un país llamado España; es decir: a ti, a mí, a tus jefes, a mis jefes, al dueño de las empresas para las que trabajamos…

¿Qué empresario consentiría que sus 350 empleados pasaran 300 días decidiendo cómo organizarse? ¿Volverías a contratarlos?

Claro que la ‘cosa pública’ es otra cosa. Pero, a lo mejor, dada la escasa capacidad de esos 350 empleados para poner en marcha la maquinaria de tu empresa, a lo mejor (y digo “a lo mejor”, porque puede que alguno tenga salvación), habría que ir pensando en que cedan el testigo a otros 350.

Claro que no sólo se aprende del fracaso. Los niños (y el cuerpo) también aprenden de la reiteración, aunque yo no termino de ver a los 350 diputados, cabeza gacha sobre su mesa, escribiendo 350 veces: “Son posibles el diálogo y el acuerdo con el diferente. Todos somos estupendos”.

¡Vaya! Es lo que tienen los largos debates parlamentarios: al final, te quedas sólo con el chascarrillo.

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