¿Y si Colón tenía razón y la tierra es redonda?

Paca Lijó

Mientras Jordi Évole no intente convencerme de lo contrario, seguiré creyendo que la tierra es redonda, y que la afirmación de Thomas Friedman que da título a su libro ‘La tierra es plana’ no es más que una metáfora para explicar que las nuevas tecnologías han hecho visible el conocimiento para todos; es lo que tienen las planicies.

Fuera de eso, la tierra es un globo achatado por los polos, como estudiábamos en la escuela, casi como la calabaza de Cenicienta.

 

Así que, sí, tengo para mí que Colón tenía razón cuando se empecinó en que la tierra es redonda y, por tanto, era posible ir de compras a las Indias por una ruta occidental. Claro que Colón no contaba con que, en medio del trayecto, después de dos meses de travesía, les iba a cerrar el paso un trozo de tierra entonces desconocido.

 

No seré yo quien se ponga ahora quisquillosa, a indagar si fue el depósito de las joyas de la Reina Isabel la que sufragó aquel ‘billete’ o si fue el valenciano judío Luis de Santángel, quien, como su nombre indica, hizo de ‘business angel’ y co-financió aquella aventura empresarial; en todo caso Santángel- como secretario del rey Fernando-, junto con Juan Coloma, notario mayor de Aragón -en nombre de los reyes de las mares océanas- es quienfirma las ‘Capitulaciones de Santa Fé’, que recogen el acuerdo y condiciones de la expedición, así como el reparto de beneficios futuros.

 

Parece que, pese al riesgo, y después de todo, aquello fue una buena inversión. Atrás quedaban los seis años que Colón tuvo que esperar a que la reina católica cambiara la camisa, y en la nebulosa de la memoria queda también el enfado de Colón con Isabel cuando los reyes, concluida la conquista de Granada, dijeron que ya habían repartido el dinero. La intercesión de Santángelimpidió que Colón- ¡tan airado estaba!- marchara con el cuento a los reyes de Francia, y logró, finalmente, el dinero para el afán emprendedor de aquel visionario que estaba empeñado en que la tierra es redonda.

 

¿Llegó Colón a las Indias (a las de verdad)? Un poco al suroeste del tropezón con aquel cacho de tierra, un istmo (Panamá) respondería a las expectativas de aquel marino gallego, portugués, genovés o andaluz.

Hoy las cosas han cambiado un poco. Esa ruta descubierta por Colón (a expensas de una teoría distinta de Jordi Évole) es bien conocida. El canal de Panamá se está convirtiendo ya en la princpal glorieta del tráfico mundial de mercancías. El transporte marítimo está llamado a desempeñar un papel preponderante en el comercio internacional, y la eclosión de los países emergentes asiáticos, así como la costa oeste de América del Sur e incluso de Norteamérica, han convertido los océanos Pacífico e Índico en los centros de mayor crecimiento económico real y potencial. Sólo China y Japón concentran más del 15 % de las exportaciones internacionales, y el 14 % de las importaciones. Los tráficos portuarios, por razones obvias (más que medioambientales, económicas) están ganado preponderancia.

 

Y, mientras todo esto sucede, parece que los europeos silbamos y miramos hacia otro lado. Literalmente. Mientras el peso de las inversiones de las redes transeuropeas basculan hacia el Eje Mediterráneo, parece olvidarse que Europa goza del privilegio de una situación estratégica en el Océano Atlántico y que, si somos lo que somos, es precisamente gracias a esa posición atlántica.La historia de Europa habría sido muy distinta si los conquistadores españoles y portugueses no se hubieran atrevido a cruzar aquel mar tenebroso.

 

Tímidamente, desde hace un par de décadas, Galicia reivindica su papel como puerta de entrada, y nexo de unión con los países sudamericanos, aprovechando los lazos forjados por los fuertes flujos emigratorios de los años cincuenta y sesenta. Ha faltado la visión estratégica (gallega, española y europea) para defender, reclamar, exigir, la dotación infraestructural necesaria de los puertos atlánticos de Galicia, Portugal y Andalucía, que les permita jugar el papel esencial de la economía europea en el tráfico mundial. Hablo de intermodalidad, y con ello, del reconocimiento (por ahora, falta de reconocimiento) europeo necesario para que ese papel en el tablero mundial sea una realidad.

 

Han pasado 522 años desde que el Nuevo Mundo obligó a España, Portugal, a Europa en general, a volver la cabeza hacia occidente. Cinco siglos que, sin embargo, no han sido suficientes para convencer a Europa (¿o es a Madrid?) del potencial económico de su fachada atlántica más occidental. A Colón ‘sólo’ le costó seis años de rondón, y algún que otro enfado, convencer a la reina católica.

 

Lo dicho: Évole tardaría mucho menos en convencernos de que la tierra es plana.

 

 

 

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