Por tierra, mar y aire

  • Dejar pasar el tren que conecte nuestros puertos y que esté integrado en la Red Transeuropea de Transportes, pondrá en peligro la logística de nuestras empresas y la viabilidad de nuestros puertos. A medio plazo, nuestra economía recibirá una nueva bofetada.

Corrían los años sesenta cuando mi abuelo sufrió una embolia cerebral y tuvo que ser hospitalizado durante un mes en Madrid, único lugar de España donde se atendían las urgencias hospitalarias. Anualmente, para cada revisión, los abuelos tenían que hacer encaje de bolillos para decidir cómo desplazarse desde Vigo a la capital. Ese viaje podía llevar dos días si optabas por la solución más razonable (coche con escala); el avión era inalcanzable para el bolsillo de la mayoría; en tren, el viaje era largo y la mejor opción era el nocturno para llegar “mínimamente” descansado.

Cincuenta años después, las inversiones en carretera han sido nuestro salvavidas, pero todavía vivimos una situación que no es propia de la época ni de la necesidad.

Una movilidad reducida es un verdadero obstáculo para el desarrollo económico y social. La existencia y calidad de las infraestructuras es un condicionante en la toma de decisiones; es imposible atraer a personas con talento a las empresas gallegas, y captar inversiones nacionales y extranjeras si no se dan. Es cuestión de medirlo en unidad de tiempo, un coste tanto para quienes vivimos en Galicia como para clientes y proveedores.

 

Seguimos teniéndolo difícil, sobre todo si hablamos de conexiones ferroviarias, del puerto y del aeropuerto de Vigo.

 

Cuando el AVE llegue a Galicia, prácticamente se cumplirán treinta años del primer AVE Madrid-Sevilla. Tres décadas en las que Galicia ha visto pasar sucesivas fechas que eran plazos de ejecución y finalización, promesas siempre incumplidas, siempre demoradas.

 

Pero desde Vigo, mis abuelos tendrían que seguir, aún hoy, planificando concienzudamente el viaje a Madrid.

Hace casi veinte años perdimos la oportunidad de hacer las cosas bien: de proyectar un trazado racional en L (A Coruña-Santiago-Pontevedra-Vigo-Ourense) y después jugamos a intentar una Y, similar a la de las autovías. Pero se quedó coja (A Coruña-Santiago-Ourense), postergando el tramo Vigo-Ourense ‘ad infinitum’ y no dejando más alternativa que la de quienes ahora defienden un rodeo por Santiago. Mientras, ese tramo Vigo-Ourense (por Cerdedo) duerme el sueño de los justos, retornando una y otra vez a la fase de estudio desde hace más de quince años.

 

Debería haber sido tiempo suficiente no solo para concluir todos esos tramos y ramales, sino también para disponer de un mallado de la red ferroviaria gallega (Lugo y Ferrol incluidos), de la conexión con Portugal y de esa otra que sigue siendo un frente abierto: la salida Sur de la terminal Bouzas del puerto de Vigo.

 

El puerto de Vigo evoca una época oscura de emigración a las Américas, pero es también uno de los principales pulmones económicos de Galicia.

 

Vinculado desde sus inicios a la pesca, alberga empresas armadoras que faenan en los principales caladeros del mundo y flotas de bajura que distribuyen producto, tras su subasta en lonja, a Portugal, Francia, Italia.

 

Pero no solo eso:

Su adecuación a las necesidades de las empresas asentadas en el sur de Galicia ha posibilitado que el tráfico pesado de automoción, granito, pizarra sea transportado por mar, descongestionando carreteras. Es obvio que la conexión ferroviaria incrementaría su capacidad. Y es obvio también que, si no damos ese servicio a las empresas, buscarán otras alternativas en otros puertos y las veremos desfilar ante nuestros ojos para asentarse en países vecinos en los que todo son facilidades.

 

Dejar pasar ese tren (el que conecte nuestros puertos, integrado en la Red Transeuropea de Transportes), pondrá en peligro la logística de nuestras empresas y la viabilidad de nuestros puertos. A medio plazo, nuestra economía recibirá una nueva bofetada.

 

¿Qué decir de nuestros aeropuertos, sobre los que somos incapaces de promover una gestión de cooperación? Incapaces de aprovechar lo que podría ser una ventaja competitiva que ayudara a paliar las insuficiencias de otros modos de transporte, nos hemos empeñado en una absurda y localista competencia interna, que ha mermado nuestra capacidad de crecimiento y ha dado alas (nunca mejor dicho) al vecino aeropuerto de Oporto. Mientras en los últimos siete años los aeropuertos gallegos han incrementado su número de pasajeros en un 36 % (hasta los 5,2 millones de 2019 en su conjunto), el Sá Carneiro lo ha hecho en un 117 % (13,1 millones el año pasado).

Oporto puede ser en breve el aeropuerto preferido de los gallegos por afluencia de vuelos y oferta de precios.

¿Qué hemos hecho mal?

No se elige el lugar donde nacer, pero sí donde vivir. Y hemos elegido vivir en el punto de la península más lejano de Madrid, del Mediterráneo, de Europa.

Con algunos sectores que, pese a todo, son referente internacional, ¿a dónde podríamos llegar si de verdad nos lo creyéramos? Si creyéramos que nuestra posición es geoestratégica, que nuestros puertos son en realidad puertas al Atlántico, que juntos somos más y mejores, que la distancia hoy no puede ser un problema y que no debemos callar ante las desigualdades/desequilibrios territoriales.

Que, para gallegos, clientes, inversores, proveedores, turistas, Galicia tiene derecho a ser punto de partida y de retorno por tierra, mar y aire.

(Artículo publicado en Faro de Vigo)

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