Inmigrantes 2.0

 

Autor: Marcelino Otero López. Economista

Los movimientos migratorios son tan antiguos como el ser humano. La búsqueda de territorios ha permitido poblar nuestro planeta en todos los sentidos y, a pesar de las limitaciones, poco a poco, quienes pretenden atravesar una frontera lo acaban consiguiendo.

Asumiendo el hecho incuestionable de que el movimiento migratorio seguirá produciéndose, ¿por qué no se organiza de forma humana y racional, acordando planes entre países de origen y países de destino y ajustando los recursos a las necesidades?

Es cierto que los que emigran intentan resolver su problema, pero también lo es que allá donde van, normalmente, resuelven otros. ¿Cómo, si no, asegurar el desarrollo económico en zonas con población envejecida? Han sido los movimientos migratorios, según constata la historia de la humanidad, los que han solventado este tipo de situaciones. Y seguirá siendo así.

Europa es una macro-región con un gran potencial de acogimiento, pero cada vez que se plantea este asunto, resurgen planteamientos xenófobos y anti extranjeros, a pesar de que en las últimas centurias los europeos han poblado a su antojo América y otros continentes. Ese potencial de acogimiento está fundamentado principalmente en el envejecimiento de la población, y su optimización debería ser considerada un factor de crecimiento económico.

Es verdad que a corto plazo un inmigrante supone amenazas para los escasos puestos de trabajo disponibles, pero es una cuestión de ajuste que puede ser regulado. No hace mucho tiempo gran cantidad de trabajadores del campo españoles se desplazaba a Francia para la recogida del viñedo.

De rebote, el asentamiento de inmigrantes no supone la fijación para siempre de la población ya que una parte considerable de personas desea vivir donde han nacido y, tarde o temprano, acaba regresando al origen. Se relativiza, por tanto, el problema, al tiempo que los flujos de recursos financieros obtenidos contribuyen al desarrollo de los países de origen, donde sus poblaciones a su vez se convierten en consumidores de lo que produce el país de acogida. Es, pues, una vía de desarrollo que actúa en esa doble dirección de ida y vuelta, potenciando la mejora económica de ambos países.

La clave, una vez más, está en la inteligencia de convertir una ‘amenaza’ en oportunidad y, de paso, respetar los derechos humanos… Ni más ni menos…

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