Alemania: ¿liderazgo cooperativo o hegemónico?

Antón Costas
Catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona

 

Alemania ha emergido en medio de la crisis financiera de 2008, y de forma especial a partir de la aparición de la crisis de deuda soberana europea en el 2010, como la potencia central de la zona euro. Se puede decir que Alemania manda. Y probablemente ese poder se intensificará a partir de los resultados electorales obtenidos por la canciller Ángela Merkel en las elecciones de hace una semana.

 

¿En que se fundamente ese nuevo poder de Alemania? Contra lo que podría suponerse, no está basado en su reconocida fortaleza económica y su capacidad exportadora. Una fortaleza exportadora que, por cierto, se vio facilitada por la introducción del euro y la imposibilidad del resto de países de devaluar su moneda. El nuevo poder de Alemania se basa en que, una vez surgió la crisis de deuda soberana europea, es el socio que tiene la mejor calidad crediticia de todos los miembros de la zona euro. Además, su economía se encuentra en mejores condiciones para utilizar su demanda interna a modo de locomotora para el crecimiento del conjunto de la eurozona, con los efectos favorables que eso tendría en las debilitadas economías de los países periféricos.

No obstante, Alemania se ha negado categóricamente a desempeñar esa función de locomotora económica. Por el contrario, ha impuesto una política de austeridad compulsiva que ha agravado la crisis económica y de deuda europea, especialmente en los países periféricos, contribuyendo a hundirlos en una profunda recesión e introduciendo un sesgo deflacionario en sus economías.

¿Por qué ha actuado de esta forma tan poco ortodoxa en términos de lo que lo que recomienda la teoría de la política económica, y el propio sentido común, cuando una economía está sumida en una profunda recesión? El argumento oficial ha sido que la causa de la crisis de deuda de los periféricos fue su prodigalidad en el gasto público y su escasa competitividad. Aunque este argumento fue aceptado y hecho suyo de forma acrítica por los gobiernos y ciertas élites de los países periféricos, en una conducta que en otro lugar he llamado “síndrome de Berlín”, esa visión de la causa de la crisis de la deuda no casa bien con los datos de países como Irlanda y España.

En realidad, como ha señalado Paul De Grauwe, uno de los macroeconomistas europeos de más prestigio, esa política de austeridad compulsiva tenía la finalidad de proteger sus intereses como país acreedor. Pero al actuar de esa forma, por cierto con la ayuda e instigación de la Comisión Europea, la política de austeridad, combinada con la imposibilidad de devaluar para recuperar competitividad y ganar demanda externa, ha provocado una profunda y duradera recesión en los países periféricos y, además, ha introducido un fuerte sesgo deflacionario. En estas condiciones y si no cambia de forma rápida esa política de austeridad, los países deudores se verán abocados a transferir durante años, sino décadas, enormes sumas a los países acreedores del Norte. La situación podría acabar siendo muy similar a la que la propia Alemania sufrió después de la primera guerra mundial cuando se vio forzada a transferir enormes sumas como compensaciones de guerra.

Una situación de este tipo afectará de forma profunda a la legitimidad política de la UE y del propio euro.

A la vista de los argumentos utilizados para justificar la política de austeridad y, especialmente, de los resultados económicos y políticos que acabo de señalar, son muchos los que se preguntan en Europa cuál es la visión de Alemania sobre el futuro de la UE y de qué forma va ejercer su nuevo poder.

De cómo lo utilice dependerá la prosperidad de la eurozona e incluso la propia existencia futura del euro. Hasta ahora su conducta parece orientarse a hacer lo necesario para mantener el euro a flote, pero minimizando la exposición de los contribuyentes alemanes a las políticas de apoyo a la eurozona. Pero permanece la duda acerca de cómo se comportará a medio y largo plazo.

¿Cómo usará Alemania ese nuevo poder? ¿Lo hará mediante un liderazgo conciliador y cooperativo y responsable, ejercido sin retorcer el brazo o zarandear a los otros países, o lo hará, como hasta ahora, de forma hegemónica, es decir, usando la ley del más fuerte? Si falla en elegir el rol adecuado para gobernar los actuales desequilibrios financieros y económicos de la eurozona se puede encontrar que cuando despierte de su error haya perdido la eurozona.

Probablemente que actúe de una u otra forma dependerá de cómo Alemania entienda cual es su propio interés a corto y a largo plazo. En un primer momento, apoyándose en ese nuevo orden transitorio basado en la ley del más sano crediticiamente, el país germano ha optado por el liderazgo hegemónico. En este enfoque hegemónico de su nuevo poder domina, como he señalado, la búsqueda de sus propios intereses a corto plazo y deja poco espacio para el liderazgo colectivo y para convicciones morales, responsabilidad histórica, o conceptos como el deber y la obligación del líder.

Uno de las consecuencias laterales de esta forma de ejercer su nuevo poder ha sido el debilitamiento de las instituciones comunitarias, la retirada de apoyo a avances supranacionales y el fortalecimiento de su papel como principal actor de las relaciones con Rusia, Asia, Latinoamérica o los Estados Unidos, en perjuicio de la voz y la acción de las instituciones colectivas comunitarias.

Sin embargo, no hay que descartar que, poco a poco, Alemania acabe orientando el uso de su poder mediante un ejercicio de liderazgo cooperativo. Por dos razones. Primera, por una mejor evaluación de sus propios intereses a largo plazo en relación con la eurozona. Segundo, por la propia inercia a la cooperación que potencialmente pueden introducir las instituciones comunitarias y de la eurozona, en particular, el BCE. El papel de esta institución puede ser esencial. Pero, en el mejor de los casos, este cambio desde un liderazgo hegemónico a uno cooperativo será lento. Para el bien de todos sería de desear que el nuevo gobierno alemán que finalmente surja de las elecciones recientemente celebradas se oriente por este camino. Tiempo habrá para comprobarlo.

 

 

 

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