LA TERCERA REVOLUCION

Marcelino Otero López Economista

¿Ha oído hablar de la tercera revolución industrial? Pues vaya acostumbrándose porque la tenemos encima y no nos podemos imaginar qué impacto tendrá en nuestras vidas.

 

La evolución de la economía en los trescientos últimos años ha estado marcada por hitos tan relevantes que han determinado las diferentes fases de lo que se ha dado en llamar revolución industrial:

-En la primera revolución industrial, la aparición de la máquina de vapor en el siglo XVIII permitió iniciar la transformación del mundo desarrollado de entonces (es decir Europa y en menor medida América), al posibilitar la fabricación en serie de los productos que antes se elaboraban de forma artesanal bajo una estructura de funcionamiento feudal. Esta primera revolución industrial tuvo su apogeo a finales del siglo XIX y se dio de bruces con la aparición incipiente del binomio energía – comunicaciones. 

-Es el momento en que el descubrimiento y las aplicaciones prácticas del petróleo, la invención del teléfono y la telegrafía y sobre todo el motor de combustión interno con su aplicación excelente en la movilidad humana, como ha sido el automóvil, implicaron la rápida transformación económica con la llamada segunda revolución industrial que hemos vivido en diversas etapas y circunstancias a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX.

-Con el comienzo del siglo XXI, se habla ya de la tercera revolución industrial que sigue pivotando alrededor del binomio de energía-comunicación, pero ahora de una forma radicalmente diferente: las exigencias de productividad masiva, la globalización y el abaratamiento de costes están logrando cambiar hasta la arquitectura del capitalismo industrial tal como lo conocemos.

Es obvio que el ser humano ha llegado hasta aquí en su evolución gracias a la energía, desde el ancestral fuego que nos permitió cocinar los alimentos y desarrollarnos con las proteínas de alimentos que antes se tomaban crudos; pasando por los molinos que ya generaban energía eólica, cuando aún utilizábamos arcos y flechas, hasta la explosión actual de una evolución sin precedentes: necesitamos energía para cualquier tipo de actividad humana, y nuestra dependencia es total porque su ausencia podría tener consecuencias catastróficas e incluso propiciar la desaparición del ser humano.

No sucederá esto último.

La tercera revolución industrial propiciará que los seres humanos accedamos a la energía sin coste, o con costes mucho más reducidos que los actuales.

Si, han leído bien. Si somos capaces de superar las circunstancias de la actual estructura de costes (determinada por la utilización de los combustibles fósiles, con su más que segura desaparición, tarde o temprano), y dado que nadie puede adueñarse del sol, los vientos o el hidrógeno, accederemos a fuentes inagotables de recursos energéticos, cuyo coste debería ceñirse a la distribución y mantenimiento de infraestructuras. Y todo ello a pesar de que nuestras necesidades de energía serán cada vez mayores.

Además, las comunicaciones han hecho del ser humano algo global, desconocido en su evolución. Hemos poblado la tierra a lo largo de decenas de miles de años. Pero ahora el ser humano está presente prácticamente de forma inmediata, física o virtualmente, en cualquier lugar del globo. Cualquier noticia, por poco relevante que nos pueda parecer, debidamente orientada por las empresas de medios de comunicación, es distribuida a través de sus redes de comunicación de forma inmediata. ¡Ah! Por cierto: gratuitamente. Es decir, hemos conseguido comunicarnos de un punto a otro en prácticamente cualquier lugar del mundo por videoconferencia, a costes muy reducidos.

El impacto de la evolución de las comunicaciones y de la energía serán- ya lo están siendo ya- determinantes en la nueva formulación que se está experimentando en la forma de entender la economía, que se verá profundamente modificada con las nuevas formulaciones de la fuerza del trabajo, con las dudas sobre la pervivencia de los puestos de trabajo tal como lo entendemos hoy y su combinación con el capitalismo productivo, seriamente afectado por el síndrome del capitalismo financiero.

 

Autor:

Marcelino Otero López 

Economista

 

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