La “melé” de las pensiones

Reflexionando sobre las pensiones en España, me vino a la mente la palabra ‘melé’ y fui directamente al diccionario para ver, por un lado, si esta palabra estaba recogida por la Real Academia y por otro lado si se ajustaba lo que pretendía decir.

Me he encontrado que la RAE efectivamente recoge la palabra melé, para ser usada en castellano; no obstante las acepciones que indica no se adaptan bien a lo que pretendo decir: están referidas a la melé del rugby o a una aglomeración abultada de personas y, aunque como recurso podría utilizar lo indicado de forma metafórica, he continuado con mi investigación consultando en Wikipedia. Efectivamente aparece una definición que, aunque sigue siendo metafórica, sí recoge mejor el espíritu de la idea que quería plantear sobre las pensiones españolas; allí dice que «Melé o melee» ( del francés: mêlée), se refiere generalmente a un «combate cerrado desorganizado en una batalla naval o en tierra firme que se libraba normalmente a corta distancia con poco control central una vez que se iniciaba”.

Creo que las pensiones españolas están de lleno en una melé, dado que existe un escaso control sobre cómo se está desarrollando su evolución, a pesar de que la naturaleza de lo que está pasando estaba prevista decenios atrás: la estructura demográfica del país no es una improvisación de hace dos días, sino que es algo que está sucediendo de forma previsible desde hace varios lustros.

Por otra parte, se incorpora una novedad bastante increíble que es que el propio sistema económico ha inoculado un veneno altamente destructivo para su propia supervivencia cuando provoca una progresiva e intensa disminución de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, por vía de adelgazar de forma intensa las retribuciones y condiciones laborales. No hace falta ser muy listo para ver que si los ciudadanos no acceden a salarios adecuados, no podrán hacer compras de bienes y servicios, no podrán contribuir adecuadamente a la hacienda pública y por supuesto contribuirán de forma exigua al sistema público de salud y seguridad social, dado que sus salarios son simplemente insuficientes.

No propugno, claro está, salarios altos para que la economía pierda competitividad sin más, pero tenemos que tener en cuenta que si no se resuelve esta ecuación, desde luego no por mucho “pacto de Toledo” que tengamos, no vamos a tener recursos para poder atender a la cada vez más creciente población jubilada. Sobre todo porque tal como hemos configurado, de forma piramidal, el sistema de pensiones, a través del cual los trabajadores actuales contribuyen para pagar las pensiones de los jubilados actuales, si el número de jubilados aumenta, como es evidente que está aumentando y el número de empleos de calidad no crece y por tanto la precariedad y los sueldos bajos persisten, no habrá forma de financiar el sistema. Los listos andan diciendo que si no hay recursos directos, pues se ‘tira’ de los impuestos, pero al final es lo mismo porque los paganos seguiremos siendo los mismos.

En un artículo, apenas podemos más que señalar el problema, pero me he acordado también de los Pactos de la Moncloa que se firmaron en España en un contexto económico y político sumamente difícil en el año 1977. En estos pactos (no sé aún cómo) surgieron unos responsables políticos con visión y capacidad de acuerdo y compromiso que fueron capaces de suscribir un pacto, por el cual aprobaron entre otras cosas el incremento de la masa salarial de las empresas en un 20%. Esto es una decisión y lo demás dar vueltas a la noria.

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