Galicia, ¿otra oportunidad perdida?

De nosotros depende

 

En 2013 Galicia, después de los duros ajustes y sacrificios de empresas y familias, era una de las comunidades mejor situadas para el inicio de la recuperación económica, al ser una de las primeras autonomías en sanear sus cuentas públicas. Además, los principales sectores económicos gallegos generaban noticias que invitaban al optimismo. Todo apuntaba a que esta vez seríamos de los primeros en salir de la crisis y, por una vez, liderar España y ser influyentes en Europa. Pero los pronósticos no se cumplieron y perdimos la oportunidad.

 

Hoy, a finales de 2016, estamos viviendo una situación similar, aunque durante este duro y largo camino hemos avanzado poco o nada. Las tantas veces solicitadas reducción y mejora de la administración, la restructuración de las instituciones periféricas y el adelgazamiento de la estructura del Estado siguen pendientes. Parece que la clase política y la administración pública no están dispuestas a realizar los sacrificios que se pidieron al sector privado.  Creo que a nadie sorprende que con gobiernos y parlamentos plagados de funcionarios, éstos no tomen decisiones que afectan a su colectivo, generando con ello un aliciente más que fomenta y justifica el desencanto de la ciudadanía con la clase política. Nuestro sistema económico sigue basado en sectores que en muchos casos son maduros y necesitan de un fuerte apoyo institucional para su funcionamiento, sectores que claramente precisan del esfuerzo de todos para que sigan actuando como motor de nuestra economía, aunque ahora, con alguna excepción, no lo están haciendo. Son la reactivación de la inversión pública y el sector terciario los que tímidamente nos están permitiendo reducir el diferencial en términos de PIB con España.

 

Una y otra vez nos trasladan datos positivos. La presentación de esos datos de forma agregada no debe impedirnos ver la débil situación por la que atravesamos. Una vez desagregados nos indican que esos síntomas de aparente fortaleza son fruto de la actividad de un pequeño grupo de empresas, algunas de las cuales simplemente continúan una actividad que poco o nada menguó durante la crisis, pero a ellos no se les unen ni nuevos sectores ni nuevas empresas.

 

Resulta desmotivador ver cómo muchos de los esfuerzos que se realizan terminan beneficiando a nuestros vecinos que aparentemente saben explotar mejor sus ventajas estratégicas, mientras nosotros parecemos sumidos en la autocomplacencia y la búsqueda de excusas sin aportación de soluciones. Sorprendentemente no se encuentra una ventaja competitiva en el exceso y calidad de nuestras infraestructuras, siendo su gestión un freno y no un incentivo.

 

Mientras buscamos fórmulas para incrementar el crecimiento vegetativo y la atracción de talento foráneo, trimestre a trimestre nuestra población activa disminuye sobre todo en aquellos colectivos teóricamente más productivos y mejor preparados.

 

Durante todos estos años las voces discrepantes, aquellos capaces de detectar y alertar de los problemas, han sido acallados en vez de utilizar sus recursos para colaborar en la búsqueda de soluciones. La denominada sociedad civil se encuentra amordazada, enfrentada o simplemente desinteresada. Estamos en manos de una clase política que carece del conocimiento necesario de nuestra realidad y de los asesores que en cualquier sociedad comprometida son las organizaciones e instituciones empresariales y ciudadanas.

 

A todo ello hemos de añadir el enfrentamiento entre instituciones de distinto color político en donde priman los intereses individuales y partidistas en vez del interés general que debería presidir los actos de cualquier político.

 

Pero esta visión puede mejorar. El fraccionamiento político que vivimos puede ser una oportunidad. Una vez constituidos los gobiernos, los políticos tiene que gobernar buscando amplios acuerdos. Esto debería conducirnos a una creciente colaboración institucional, que a su vez genere mayor transigencia con las opiniones, emanen estas de donde emanen. De esta forma, llegarían a la administración propuestas de mejora e innovaciones que nos permitan ampliar y desarrollar nuestro tejido productivo, fijar nuestra población activa, entrar en una senda de crecimiento continuado, diverso y sostenible que permita una mayor diversificación de los sectores productivos y nos sitúe en un mejor lugar para competir.

 

En los últimos meses han surgido algunas iniciativas que avanzan con altas miras, fruto de la colaboración intersectorial. Sería deseable que no se conviertan en la excepción que confirma la regla y se consoliden como el germen que inicie el tan necesario cambio de paradigma.

 

Al inicio de esta crisis teníamos una clara vocación de liderar la Eurorregión, y así poder  influir en España y Europa, un proyecto al que se apresuraron otras regiones a sumarse admitiendo sin recelos nuestro liderazgo. Extrañamente durante ese periodo de crisis, en el que Galicia fue el ejemplo a seguir, ese interés fue desapareciendo hasta hoy, que ha pasado a ser uno de esos proyectos olvidados. Aunque no para todos. Algunos miembros de esa interesante y necesaria iniciativa, ante nuestra pasividad, están aprovechando sus oportunidades desde una situación de partida más difícil, en un entorno más complicado y con menos medios. Parece que el norte de Portugal es capaz no solo de sacar adelante sus propios proyectos, sino que además es capaz de aprovechar en su favor nuestros esfuerzos y, sobre todo, de capitalizar nuestro despiste y errores.

 

En 2013, y a pesar de todos los sufrimientos y sacrificios, creímos que esta larga crisis podía ser una oportunidad. Hoy en peor situación relativa sigue siéndolo; nuestros principales sectores vuelven a tener posibilidad de buenas noticias y las perspectivas son francamente buenas,  pero para ello debemos ocupar el lugar que nos corresponde, debemos aspirar a liderar la Euroregión y tener la influencia que nos permita negociar con solvencia en Europa. Debemos estar orgullosos de lo que hacemos y de donde vivimos y ser capaces de identificar las ventajas de nuestro entorno y las fortalezas de nuestras gentes.

 

Galicia siempre ha atesorado talento, capacidad, abnegación y buen hacer. Lo que necesitamos es que alguien sepa capitalizar nuestras capacidades sin complejos y con ambición.

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