¿Emprender? Si lo sé, no vengo.

Bajas peso. No duermes. Te hace temblar cualquier certificado que lleve sello oficial. En casa te dicen: “¡Pero estate tranquilo!”.

Si vas al médico y le cuentas los síntomas, pide analíticas. Si le explicas las causas, se relaja: “¡Ah, es eso!”. Cuando confiesas todo lo anterior a un empresario veterano que lleva años intentando adelgazar, su comentario es: “Parece fácil” (bajar peso).

No hay duda: estás poniendo en marcha un proyecto.

 

HOMES DE ALDEA E SEÑORITIÑAS DE CIDADE

A veces me pregunto qué tenemos en común mi hermana y yo para habernos puesto de acuerdo y habernos embarcarnos en la aventura de un pequeño negocio familiar. Y, después de mucho pensar, me acuerdo: “¡Es verdad! A las dos nos gustan los libros que nos hacen llorar” (no sólo las películas: habría sido sencillo encontrar un socio al que le guste ver películas con un pañuelo en la mano).

El caso es que de pronto ahí nos vimos, metidas ambas en un ‘peliculón’, impulsando un negocio turístico en una aldea donde se estaba echando el cierre a la última taberna-tienda de ultramarinos. Es decir, al último servicio de atención al público. De los otros, ni agua ni alcantarillado había. La luz llega gracias a un horrendo cableado que hace las delicias de quien busca feísmo en Galicia, y el teléfono… ¡ay, qué pelea por el teléfono!

-No es posible ponerles línea. Eso es zona TRAC.

-Sé bien que esto es zona TRAC y sé bien que están ustedes sustituyendo esa tecnología.

-Ya. Pero si usted no tiene teléfono TRAC, no tiene teléfono para sustituir.

Cuando te repiten ocho veces en cuarenta minutos ese argumento, lo que te apetece es mandarlo todo a freír espárragos o saltarte a la torera la norma. Ser pirata. Creo que yo siempre quise ser pirata.

Entonces llega Sanidad y dice que tienes que poner una mampara donde otros no la tienen.

Pasa Turismo y has de pedir dispensas: la altura del salón no se ajusta a la normativa porque te empeñaste en mantener la curva singularidad de las centenarias vigas de castaño que sostienen la primera planta.

El contratista no aparece para los últimos retoques. El carpintero ha contratado a un aprendiz para barnizar los suelos y deja unos manchones negros que ‘echan para atrás’. El palista te mete una ‘clavada’ que no puedes pagar.

Los hombres de la aldea están pendientes de nosotras y todo son sonrisas mientras les haces caso, pero se vuelven perrerías cuando dejas de hacérselo. Te enteras entonces de que alguien o algo (¿el viento, quizás?) ha volteado la señal que indicaba la dirección a tomar para ir a tu casa, y ahora enfila (con tu nombre comercial) hacia un club de carretera.

La señal la has colocado tú y te la quitará la diputación, porque están prohibidos los carteles comerciales en sus carreteras, y sólo se permite ponerlos a más de treinta metros de esas vías.

Alguna pared se desconcha ya en el primer año y entonces alguno de los operarios que participó en la obra reconoce que, “como sodes dúas mulleres soas e ninguén coida de vós, meteron o peoriño. A un home non llo farían”.

Y recibes con sonrisa Profidén al vecino que vive en Bilbao y que todos los veranos viene y saluda con un “¡vecina!, ¿tú tienes agua?”, para que mi hermana le conteste todos los años: “Yo tengo pozo”. Él porfía: “¡Qué tontos son los gallegos, que prefieren pagar un pozo a un agua de manantial!” Mi hermana piensa: “Sí, pero esta tonta tiene agua”.

Te cansas de esperar a que Fulanito venga a cortar la hierba (cuatro meses han pasado desde la última vez) y compras una desbrozadora, que paso yo mientras mi hermana pinta las paredes desconchadas o hace cemento para levantar un pequeño muro o construir largos peldaños de escaleras sobre la tierra. Y Fulanito deja de hablarte, igual que Menganito, que hace tiempo que no te habla porque no quieres montar un bar que, según sus cálculos, te reportaría unos 24 euros al día.

En esto llega el Catastro, que no puede atenderte nunca en el ayuntamiento, porque las colas dan la vuelta a la manzana; otro sablazo. Y Hacienda te sanciona porque has pagado el IVA antes de haberte dado de alta para pagar el IVA.

Pasa el de la diputación y dice que el muro exterior no respeta la distancia a la carretera, y tú le explicas que el muro lleva veinte años ahí.

Y emprendes, en solitario, una batalla para que el plan de señalización turística incluya el municipio (nadie lo ha pedido antes) y resulta que, al final, hay indicadores para todos los negocios menos para el tuyo…

… Entonces reflexionas y te dices que emprender está sobrevalorado y que mejor nos habría ido de seguir compartiendo lecturas que nos hacen llorar. Pero te das cuenta de que ya no hay marcha atrás y de que, para mis hijos, toda esta historia es y seguirá siendo “el caprichito de mamá”.

 

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