Aprender, de una vez por todas, de las crisis

Es preciso que seamos nosotros quienes, de una vez por todas, afrontemos esos deberes que siempre quedan pendientes tras cada crisis.

Es hora de poner sobre la mesa cuestiones por las que algunos de nuestros socios comunitarios nos sacan los colores de vez en cuando, otras que dejan en muy mal lugar la calidad de nuestra formación y, sin duda, de recuperar valores a los que nunca debimos renunciar

 

Si algo ha venido a confirmarnos esta crisis es que es fácil parar la máquina; arrancarla cuesta más. Si algo nos ha venido a recordar, una vez más, esta crisis es que en nuestro país cuesta poco destruir empleo; crearlo cuesta mucho más.

Al margen de las consecuencias que en el futuro puedan tener algunas decisiones adoptadas sobre todo durante las fases más graves, una vez más estamos comprobando que, como país, nos faltan manuales para la gestión y el liderazgo de las crisis. Todavía tenemos en la memoria las manos llenas de chapapote de quienes se echaron a la mar para intentar minimizar los efectos de la marea negra; ahora, nuevamente la sociedad civil, sin nadie concreto al frente, desde los primeros días tejió, fabricó, imprimió en 3D, adquirió y transportó material sanitario, para intentar paliar, en la medida de sus posibilidades, los efectos de un maldito virus.

Pese a esa soledad, la sociedad civil- ciudadanos, familias, empresas- acató civilizadamente la emergencia contra un enemigo común, confiada en que terminaría habiendo una ‘desescalada’ racional que pondría orden al caos de los primeros momentos, y en que posteriormente nos pondremos manos a la obra para analizar y buscar soluciones a los problemas infraestructurales de nuestra economía… Con mayores tintes de tragedia esta vez, la historia se repite, y siempre confiamos en que, después de una crisis, abordaremos conjuntamente los problemas estructurales de nuestra economía.

Es de suponer que llegará el orden después del caos y que las medidas coyunturales puestas en marcha en las primeras semanas se racionalizarán. Esto es, que la liquidez llegará allí donde hace falta y que el empleo se recuperará, no de sopetón cuando acabe el estado de emergencia, sino paulatinamente, a medida que las empresas vuelvan a engrasar sus máquinas, a comenzar la escalada hacia el pleno rendimiento y a generar los ingresos necesarios, para no poner en jaque ni a plantillas ni a negocios.

No es tranquilizador un panorama que advierte de una previsión de caída de más del 10 % del PIB y un incremento del paro hasta el 20 %; en el que la ‘prima de riesgo’ vuelve a formar parte del lenguaje coloquial o en el que la palabra ‘rescate’ comienza a deslizarse en algunos editoriales o artículos de la prensa económica.

Suena a repetido, y las consecuencias son también conocidas.

Por eso es preciso que seamos nosotros quienes, de una vez por todas, afrontemos esos deberes que siempre quedan pendientes tras cada crisis. Es el momento de dejar de lado las discusiones políticas estériles y de comenzar a pensar de verdad, con firmeza, en el futuro. En las generaciones futuras, y no en las futuras elecciones.

Es hora de poner sobre la mesa cuestiones por las que algunos de nuestros socios comunitarios nos sacan los colores de vez en cuando, otras que dejan en muy mal lugar la calidad de nuestra formación y, sin duda, de recuperar valores a los que nunca debimos renunciar.

Desde el aligeramiento del peso de nuestras administraciones solapadas que incrementan la burocracia y convierten en heroica la vocación empresarial, hasta la necesidad de ese cambio definitivo en nuestro sistema de enseñanza que coloque a los mejores al frente de las aulas para extraer todo el talento posible de las generaciones nuevas.

Desde la recuperación de la cultura del esfuerzo, el pensamiento crítico, la resiliencia y el emprendimiento, hasta el diseño de un nuevo modelo empresarial en el que las premisas inamovibles sean la innovación, la tecnología y el talento.

Son solo algunas de las tareas en las que debemos implicarnos todos. Todos.

Aunque sea simplemente por orgullo: para que no vuelvan a sacarnos los colores de vez en cuando, para no echarnos a temblar cuando se habla de la prima de riesgo española y para no identificar la palabra ‘rescate’ con drásticas medidas económicas que empobrecen a ciudadanos, empresas y al país.

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